Hoy vamos a contarte la historia y algunas curiosidades de algunas de las calles más insignes de Barcelona. En el casco antiguo de la ciudad se esconden leyendas y secretos que puede que desconozcas, incluso tú, que vives en esta maravillosa zona de la ciudad o en algunas de las calles de las que hoy os vamos a hablar. Hemos escogido sólo algunas, en otras entradas os iremos contando la historia de algunas otras… Puede que estas historias te atraigan tanto que quieras descubrirlas por ti mismo paseando y disfrutando de cada uno de sus rincones. O, por qué no, decidas venir a vivir a una de las zonas históricas y apasionantes de nuestra amada Barcelona.
Carrer de les Mosques
El carrer de les Mosques es aquella que va desde la calle Montcada hasta la calle dels Flassaders. La llamaron así sus propios vecinos porque en esta calle estaban ubicados almacenes donde se guardaba la mercancía que no se había vendido en los mercados vecinos de El Born y de Santa Caterina. Imaginaos, sobre todo con la llegada del calor, cómo acudían las moscas… ¡Llenaban la pequeña y estrecha calle! Dicen que es la calle más estrecha de Barcelona, hoy especialmente, porque antes de que la ciudad derribase sus murallas a mediados del siglo XIX, más de 200 calles tenían menos de tres metros de ancho y más de 400 tenían menos de seis. Ya os hemos hablado de la conocida Carrer Ample con sólo seis metros de lado a lado.
Cuentan que, hasta hace algunos años, era costumbre fer la creu al carrer de les mosques, es decir, extender los brazos de forma que se pudiera tocar con las manos, al mismo tiempo, los dos lados de la calle. Hoy no es posible, puesto que la calle ya no es transitable. Sus vecinos se cansaron de gente incívica –muchos la usaban como urinario público- y lograron, tras muchas quejas, cerrarla con llave por ambos extremos.
Carrer Flassaders
En la calle de Flassaders ya no hay fabricantes de mantas, aquellos que le dieron el nombre, aunque hoy se venden múltiples cosas: desde pesto fresco con albahaca llegado de Génova hasta orquídeas negras de Indonesia. La huella del pasado en esta conocida calle de Barcelona es imborrable. De hecho sólo hay que dar un breve paseo para descubrir uno de sus edificios más emblemáticos. Hubo un tiempo en que La Seca Real o Real Fábrica de Moneda de la Corona de Aragón se convirtió en un centro de referencia. ¿Os acordáis de la peseta, verdad? Pues esta moneda viene de una moneda pequeña que se acuño en Cataluña y que por su tamaño se llamó “peceta”.
La vieja fábrica tiene una historia de al menos cinco siglos, ya que se acuñó moneda de manera discontinua entre 1441 y 1881, aunque el edificio es más antiguo, probablemente del siglo XIII o anterior. En todo caso, el mes de Julio de 1441 el rey Alfonso V otorgó a su consejero, Leonardo de Sos, el derecho de cuñar moneda, y se cuñaron en “florines, ducados, escudos, luises y treintenas”. En el año 1836, todavía se batían pesetas con la inscripción “Principado de Cataluña”.
En la documentación que se conserva en “la Casa de l’Ardiaca” consta que La Seca de Barcelona dejó de cuñar moneda en el año 1881. Así es que cuando se determinó el traslado de la fabricación de monedas a Madrid, el edificio sufrió un abandono total que solo se vio interrumpido en breves periodos de tiempo. Después de su cierre, acogió un taller de adobos, un almacén de droguería y una discoteca. Por fin, en 2007, el Ayuntamiento de Barcelona puso en marcha el programa de Fábricas de Creación con el objetivo de incrementar la red de equipamientos públicos en la ciudad que apoyan la creación y la producción culturales. Nació así La Seca Spai Brossa.
Carrer Joaquím Costa
Dicen que si ravalear significa algo, debe ser sinónimo de recorrer una calle como Joaquím Costa, donde lo vintage y colorido, lo insólito y vanguardista, se mezclan para dar lugar a ese multiculturalismo tan amado por muchos barceloneses. Uno de esos ciudadanos amantes de Barcelona y de su barrio de toda la vida fue Terence Moix. En 2003 se marchaba uno de los escritores más leídos tanto en catalán como en castellano, con novelas de referencia como No digas que fue un sueño, que fue Premio Planeta en 1986. Cuentan que sus cenizas fueron repartidas simbólicamente en tres partes: una fue al Puerto de Alejandría, otra a un pueblecito del Valle de los Reyes, ambos lugares en Egipto, un país al que amaba, y, finalmente, una tercera parte de sus cenizas fue repartida en la calle de Joaquín Costa, símbolo de su infancia.